Capítulo 2: Se ofrece una ciudad en parte pero no entera
- Luis José Mata
- 16 abr 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 18 may 2020
Capítulo 2: Otro adelanto de “Transite un rincón insaciable”
It is frustrating when you know all the answers but nobody bothers to ask you the questions
anonymous
La ciudad confusa siempre se mueve como un sitio dominado por una forma de inquisición. Los totalitarismos de los últimos siglos han inventado nuevas vías. Ahora, no se hacen hogueras con los libros para evitar que se divulguen las ideas de justicia, libertad y fraternidad. Hoy en día, en plena modernidad, se envía muy hábilmente a la cárcel, sin previo juicio, a la gente que puramente habla o escribe en contra del gobierno, y además con destreza y ultraje la humillan. Así ha sucedido en los irrevocables años en la ciudad agarrotada.
«Las transformaciones aplastantes y corruptas comenzaron hace más de setenta y cinco años», así lo recordaba Alivio Espárrago. «¿Qué era lo que podía recordar con seguridad?», se preguntaba Alivio y, encontraba una respuesta diciéndose: «No era nada más que su vivencia anterior, lo que había pasado durante su vida, aunque, por supuesto, todo lo demás lo recordaba porque lo había leído».
Una tarde cualquiera, ni más fría ni más cálida, se había encontrado con un compañero de bachillerato que vivió sus primeros años de vida en Monte Piedad, un barrio cercano al barrio 2 de Diciembre, el cual fue construido por el dictador del momento a mediado de los años cincuenta. La casa donde su amigo vivía fue demolida, y su padre huyó al exterior para no ser atrapado por el régimen que perseguía sin piedad a los opositores. Ellos conversaban en un estropeado bar en el ahora llamado 23 de Enero. A los dos, llenos de vida a los setenta y cinco años, pero un poco más llenos de buena grasa y con los pelos blancos, les fascinaba teorizar sobre política; solo teorizar porque en realidad no les gustaba la práctica.
«Mi padre tenía tendencia sociales extremistas, quizás fue socialista o comunista, pero no lo sé bien porque siempre estaba como en la clandestinidad y por lo tanto no se detectaba exactamente lo que hacía, además yo era muy pequeño», decía Timoto, terminando un trago de cerveza.
«He oído decir que a muchos de los que vivían en Monte Piedad, les vigilaban sus casas y después las destruyeron o las compraron y así tuvieron control de las actividades políticas de sus habitantes, con tendencias opuestas al gobierno, y además consiguieron el terreno disponible para las construcción de los siete edificios con múltiples apartamentos, en lo que bautizaron (el dictador de turno) como barrio 2 de Diciembre», le comentó Alivio a su amigo de siempre. «Sin duda es cierto; en verdad querían el total control político, y además aprovechar las ganancias fructuosas en la construcción de las edificaciones; un totalitarismo total y una corrupción galopante», continuó diciendo Timoto.
Alivio se recostó con más fuerza de la silla de madera, miró con cuidado a su alrededor y comentó: «Ahora en este barrio 23 de Enero, lo que fue el 2 de Diciembre, hay individuos que viven en el sector llamado “La Piedrita”, quienes son los que tienen control sobre todas las cosas». «Si, es así», dijo Timoto y destinó su mirada sobre una pancarta colocada en el alto de uno de los edificios, y que reflejaba las ideas del grupo de más poder en ese lugar y que indicaba: «Aquí manda “La Piedrita” y el gobierno obedece».
Quizás, muchas de las cosas que coincidían en las conversas de Alivio y Timoto, eran fundamentalmente producto de sus actividades cotidianas, de sus vastas pericias y de sus intentos constantes por conservar el camino correcto: un estilo alejado de las cosas fáciles y no teniendo envidia de lo ajeno. Ambos no toleraban los ataques, las tergiversaciones y los equívocos en las interpretaciones de cualquier opinión, por parte del gobierno de turno. Se despidieron, esperando una próxima vez, y los dos pensaron «Cuándo nos encontraremos de nuevo en esta ciudad que se ofrece en parte pero no entera».
Si quieres leer el capítulo anterior, ver Capítulo 25: La novela y el deicidio sutil
Comentarios