
Fragmento para una figura
No hay una sola Karla.
Aparece en los márgenes de historias mínimas, en los sueños que no terminan, en los lugares donde nadie debería quedarse más de una noche.
No envejece, pero a veces arrastra cansancio.
No habla de sí misma, pero deja frases escritas en la servilleta de las mesas o en el reflejo de los espejos.
Algunos creen que es una niña, otros una mujer que no quiso morir. A veces parece madre de alguien que aún no ha nacido.
Este no es su retrato.
Son huellas. Fragmentos.
Un intento torpe de sostener lo invisible.

El reloj que no miente
A Karla no le asustaba el tiempo, pero sí la manera en que los demás lo usaban para olvidar.
Guardaba un reloj sin manecillas dentro de una caja de madera.
“Solo marca lo que uno siente”, decía, y lo abría en silencio, como si temiera despertarlo.
Una vez lo mostró a un desconocido que le preguntó la hora. El reloj vibró.
“Hoy no regresa lo que perdiste”, le susurró Karla.
El hombre no entendió, pero se fue con un temblor en la espalda.
Karla sonrió. El reloj nunca mentía.