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Prólogo de 50 años después de una primavera en Paris


Clara Alarcón en Gijón, 2018


Después de la Revolución Francesa, París se convirtió en un punto de encuentro en sí mismo, era, y quizás continúe siéndolo, la ciudad que hay que visitar al menos una vez en la vida. A través de la historia, pensadores, escritores, artistas y hasta políticos no se consideraban realizados si no habían permanecido un tiempo en esa fantástica ciudad, poco importaba si lo hacían en la opulencia o en la más absoluta ruina, lo trascendental era vivirla. Incluso a muchos les sorprendió la muerte allí y hoy descansan en el tradicional Cementerio de Montparnasse. De esta manera, se han convertido en contertulios incidentales en la gran charla de la eternidad, lo cual crea cierta fascinación entre los mortales, a juzgar por el gran número de visitas que recibe cada año el camposanto. Allí, pueden llegar a suscitarse conversaciones imposibles, según cuentan… Al parecer, ese lugar lleno de historias dispares fue la fuente de inspiración para que el autor nos narrara la historia que tiene como marco los hechos ocurridos en París, en mayo de 1968.

Eglée siempre quiso conocer París, aunque ignoraba a ciencia cierta la razón para ello. Probablemente se debía a su afición por la lectura, ya que era la ciudad europea de la que conocía más cosas: su historia, sus museos, sus monumentos, sus restaurantes, el Sena y la Torre. Por ello, cuando cumplió la mayoría de edad decidió que continuaría su formación universitaria nada menos que en la prestigiosa Universidad de La Sorbona. Lo anterior podría ser el prólogo de cómo ella, una joven típica de los años sesenta, pasó a ser testigo presencial de la primavera del 1968, tal como supuestamente la bautizó Didier, ambos personajes de la factoría imaginaria que Mata nos propone en su obra.

Los sesenta fueron años convulsos en todo el mundo occidental. Los estertores de la desolación que dejó la Segunda Guerra Mundial continuaban presentes. Aunque se había alcanzado cierto bienestar, desde el punto de vista económico, ya comenzaban a aparecer síntomas de un grave deterioro, a juzgar por el creciente número de desempleados, donde los jóvenes resultaban ser uno de los grupos más afectados.

En el imaginario popular imperaba la idea de que cualquier cosa podía pasar y acabar con la existencia y la aparente estabilidad alcanzada después de la guerra. Obviamente, existía razones para ello, ya que eran los momentos de mayor conflictividad entre las dos potencias que dominaban la escena mundial: Estados Unidos y la Unión Soviética; era la época de la Guerra Fría.

Los ciudadanos comenzaban a cuestionarse el sistema de dominación practicado por la vieja Europa, la Unión Soviética y los Estados Unidos, desatándose un movimiento de solidaridad que se oponía al imperialismo. En este sentido, la Guerra de Vietnam motorizó muchas movilizaciones y protestas, sobre todo entre los estadounidenses; que para finales de los sesenta eran ya un tema internacional. También, la lucha por los derechos civiles ocupaba el interés de la gente y canalizaba mucho del descontento, especialmente entre los más desfavorecidos. La Primavera de Praga, marcada por una liberalización política durante un período muy breve, y la posterior invasión a Checoslovaquia por parte de la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia, también constituyeron hitos importantes en esta década que abonó el rechazo al poder hegemónico de las potencias.

En esta realidad, surge también el movimiento hippie, una contracultura que propugnaba el espíritu libertario, el pacifismo y el amor libre. La música fue una de las expresiones artísticas que capitalizó toda esta ebullición de ideas y acciones dando lugar a canciones emblemáticas, casi todas de protesta, y al nacimiento al público de los grupos y celebridades más famosas. Los Beatles, los Rolling Stones o artistas como Bob Dylan no fueron ajenos a esta realidad. De hecho, la década termina con el famoso festival de Woodstock en 1969. En estos años se producen varios asesinatos políticos, donde destacan los de John F. Kennedy (1963), Malcolm X (1965), Martin Luther King (1968) y Robert F. Kennedy (1968). Como broche de oro, la carrera espacial, establecida entre los dos colosos, la ganó Estados Unidos cuando puso el hombre en la superficie lunar, en julio de 1969.

En el ámbito internacional, las protestas antibelicistas se sucedieron en diversos países. En Francia, las guerras en sus antiguas colonias desencadenaron una gran polarización entre la población. Las manifestaciones que fueron reprimidas con gran brutalidad por parte de la policía dieron lugar a una corriente estudiantil radical que se manifestaba de manera abierta en contra de esas actuaciones. Para inicios de 1968, muchos de los grupos estudiantiles organizados se fueron desplazando ideológicamente hacia la izquierda y motorizaron importantes movilizaciones antimperialistas o estaban detrás de gran parte de la agitación universitaria previa al Mayo Francés.

Todos clamaban por cambios reales que influyeran en sus vidas para alcanzar una mejor sociedad. Lo que ocurrió esa primavera en París de hace cincuenta años resonó en todo el mundo occidental con mayor o menor virulencia. Quizás por esa condición de punto de encuentro o por aquel viejo refrán del siglo XIX que decía: “Cuando París estornuda, toda Europa se resfría”; esos sucesos se convirtieron en el acelerador de una especie de revolución que tuvo repercusiones en diversas áreas de la vida de los ciudadanos en diferentes países tanto de América como de Europa. Hoy le toca al mundo decidir si fueron para mejor o peor luego de pasar por el prisma del tiempo.

Fue en los setenta cuando el autor de esta novela por fin pudo conocer París, llevaba un itinerario que quería cumplir a rajatabla y lo primero en su lista era constatar por cuenta propia aquello de que aún quedaban las consignas y grafitis emblemáticos del movimiento político y cultural de 1968 en las paredes, entre los muros y recovecos de la ciudad. Sin duda alguna, en francés, cada palabra empleada sonaba mucho más profunda e intelectual, probablemente porque poseen la impronta de los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, divisas proclamadas y heredadas de la Revolución Francesa.

Tomando como telón de fondo o punto de partida los eventos que caracterizaron la primavera del mayo de 1968, el autor de esta novela nos ofrece con maestría un viaje insospechado en tiempo y espacio que despierta todos los sentidos: vista, oído, olfato, gusto y hasta el tacto. Eglée, Théo, Amy y Edgar, todos ficticios, se comportan como si realmente hubiesen estado en el lugar de los acontecimientos, y quizás, solo quizás, de alguna manera lo estuvieron… a juzgar por lo que nos narran a lo largo de partes de sus vidas.

Si al terminar de leer esta obra uno se queda con ganas de conocer más sobre los hechos relacionados con el Mayo Francés y, además, desea transitar por todos los lugares de encuentro de los protagonistas, se habrá cumplido el principal objetivo del autor: entretener a través de la lectura.

 
 
 

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Me gusta mucho tu estilo d escritura 👏🏽👏🏽👏🏽👏🏽

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