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Corina y su desafío: ¿Es un nuevo tiempo de quiebre?

Actualizado: 27 feb 2023

Corina recostada sobre su almohada de plumas, una noche de febrero, leía la versión final del documento que había suscrito, junto con otros dos compañeros de lucha, en contra de la dictadura establecida en su país por muchos años. Ellos habían hecho contactos, casi secretos, con la prensa local. La publicación del documento debería salir el día miércoles veinte del año 2015.


Ese mismo dia, muy temprano en la mañana, Corina caminó hacia un parque muy cerca de su casa para trotar y ver la vista de su ciudad. Esa ciudad que era una mezcla de hermosura y tristeza. Su cota blanca muy apretada revelaba la forma de sus imponentes senos. Su mirada penetrante desnudaba sus grandes deseos por un mejor país. Al final de su caminata, llegó hasta el quiosco donde vendían los periódicos, y leyó muy claramente en la primera página de las noticias politicas: "Se llama a nuestros ciudadanos a una rebelión popular". Se dijo: «¡Que bien!». Estaba feliz por la publicación del llamado a rebelión.


Emprendió el regreso a su casa. La llegada a la ducha fue interrumpida por el sonido de su celular, donde pudo leer: "Se han llevado detenido a Juan", y exclamó: «¡Increíble!». La dictadura había reaccionado muy rápidamente. No les había dado ni un segundo... No le quedaba más que reposar las ideas.


Comenzaba el aparecer de la tarde. Un cielo rojo deslumbraba en la colina. Corina agarró de nuevo su celular, y envió un mensaje codificado a Diego, preguntándole: «¿Estás bien resguardado?». Pasaron unas cuantas horas y no recibió respuesta. Decidió irse hasta la alcaldía del pueblo para averiguar detalles del arresto de Juan y dar alguna declaración a la prensa. Algo que era sumamente riesgoso. Segundos más tarde, una periodista micrófono en una mano y con la otra empujando a quien tuviera al lado, le preguntó: «¿Cuál es la razón por la cual se han llevado hoy arrestado al alcalde Juan Díaz?». Enfaticamente respondió, casi con un grito.


—Es que tiene que haber una razón. Se lo llevaron porque ahora ya no piensa igual que el régimen.


Juan Díaz había sido un inspirado luchador en los primeros años del régimen. Tenía un profundo sentimiento por los necesitados. Conocía perfectamente donde había hambre, donde faltaban medicinas, donde no llegaba el agua potable, donde estaban los niños sin ir a la escuela, donde estaban los padres violentos o apartados de la familia. Todo eso lo había motivado a postularse como alcalde. Hace unos dieciséis años había ganado por primera vez. Ahora estaba metido en lo que llamaban un «tigrito», esos cuartitos de dos metros por dos metros y muy altos, en la famosa cárcel de los militares — sólo por oponerse al gobierno —, y porque conocía muy claramente donde operaban los llamados «combatientes» del régimen o de la dictadura.


¿Cual es la diferencia si le dicen dictadura o régimen al gobierno? Ninguna, al final el gobierno es autoritario. Corina regresó otra vez a su casa, esta vez sí le dio tiempo de llegar a la ducha. El agua le caía sobre la espalda y rodaba por sus piernas. Decidió no mojarse el cabello y solo se enjabonaba la cara. Mientras disfrutaba el contacto con el agua, pensaba: «Dónde estará Diego». Oyó que tocaban la puerta del baño y al mismo tiempo la criada decía, como en clave: «están anunciando, en la radio, que el señor Diego está totalmente incomunicado en…». Corina contrajo las pupilas, para disimular el dolor, y dijo:


—Ya aparecerá.


Corina evocaba que los estudiantes habían estado más de seis meses continuos en las calles: Ayudaban a los enfermos que a duras penas vivían en sus buhardillas. Acompañaban a los niños a las escuelas, para protegerlos de los asaltantes. Repartían botellas de agua potable, medicinas, y hablaban pacíficamente con los ciudadanos en las plazas. Por esas actividades eran perseguidos por la llamada GNC, la policía política . No los dejaban tranquilos ni un minuto. En muchas ocasiones se llevaban a algunos de ellos detenidos y a los pocos días los soltaban. Regresaban, a la plaza, aporreados en sus piernas y como si estuvieran drogados. El caos en la ciudad era absoluto. Uno de ellos, en un momento, dijo con mucha tristeza: «Yo me voy de la ciudad, aquí no se puede vivir».


Los rayos del sol en la ciudad eran intensos, diez y más horas diarias todos los días. Los borrachos estaban contentos porque el régimen vendía, en la plaza, cerca de la alcaldía, casi dos veces diarias para aplacar la sed. Alexis el tuerto estaba feliz porque cada día recibía más dinero, al vender muchas de ellas. «¿Qué tiene de malo ser revolucionario y tener una buena distribuidora de cerveza?», se preguntaba cada vez que depositaba el dinero en su cuenta de banco. En verdad lo que le importaba era el dinero no la revolución. En esa plaza la criada de Corina conoció a Alexis, un día que fue a la Farmacia Misericordiosa a comprar pastillas para evitar mareos. Claro, No le compró cerveza. Al regresar a la casa, ella empezó sus tareas diarias: comenzó por preparar la comida para los pequeños perritos blancos de Corina, lavó la terraza techada y limpió los vidrios que permitían ver, no muy a lo lejos, las laderas del Cerro Bravío, y al final colocó en la lavadora automática la ropa interior. «Que bello estaba el cerro hoy, con ese verde resplandor y con las nubes acercándose lentamente a las laderas », pensó Milena, la criada de Corina.


—¿Será que va a llover? —se dijo, en voz alta la criada—. Eso ayudaría a aliviar los problemas que pesan sobre esta ciudad acalorada.


Finalmente no llovió, los rayos de sol seguían igual de fuertes. Los estudiantes no se movían de las plazas, continuaban las protestas por la detención de Juan Díaz. Corina se acercó a hablar, una vez más con ellos. Ella no había tardado mucho en llegar ya que la plaza estaba muy cerca de su casa —o de la quinta como muchos decían—. En la plaza, debajo de una ceiba que daba mucha sombra, se sentó en un banco mostrando sus bellas piernas doradas y le dijo a los estudiantes con mucha seguridad: « Ha salido el llamado a la revolución popular en la prensa y siguió preguntando, «¿Lo han visto?»


—¡Claro! —contestaron todos al unísono—. Por eso seguimos aquí en la plaza.


—Nuestra lucha es justa —les dijo—. Debemos tener ilusión.


Un estudiante agregó un comentario, con tono de afirmación:


—Y del voto qué.


¿Cuantos días quedaban para salir del régimen?, esa era la pregunta constante que se hacían los habitantes de la antigua comunidad del este de la ciudad. «Cambios sutiles generan grandes consecuencias», decían muchos de ellos, en especial los que asumían que estaba muy cerca el punto de salida del régimen, y al mismo tiempo especulaban —aunque no lo decian en voz alta— que los gobernantes estaban firmes.


Otro día de regresó a su casa, Corina se lanzó sobre la cama. Desde allí podía ver el cielo, con un color rojo, a través de la ventana rectangular en el techo de la habitación. Eso le indicaba que eran como las seis de la tarde, y al frente en el espejo veía sus piernas. Oyó que Milena entraba a la habitación, y dejó sus piernas tal como estaban. Al mismo tiempo le preguntó: «¿Qué piensas sobre estas bandas armadas que azotan a …?». Le dió las gracias por traerle un sabroso escosés. Milena, respondió muy pausadamente: «Siempre a la orden, y de las bandas no sé absolutamente nada», y agregó «recuerde señora Corina que el jueves es mi tarde libre, pienso ir a colorearme el cabello».


Corina retomó la conversación sobre las bandas y dijo: «¡Oye! he oído que la banda Tambito de la zona sur se junta muy a menudo con la banda Piquito de la zona oeste. La unión ha venido aumentando para controlar el paso por el túnel vial en la dirección hacia la zona donde vivimos. Estas dos bandas han comenzado a construír inmensas «colmenas» armadas. Planifican controlar el este de la cuidad, y así deteriorar unas futuras elecciones». Para cerrar el intercambio con Milena y de una manera muy tajante Corina, dijo: «Sí, recuerdo bien lo del jueves, pero no se te olvide, Milena, regresar a la casa a dormir».


Otro día, Corina yacía en la cama. Pensaba en cómo se encontraría Diego. Ella sabía que se mantenía escondido en las llanuras anegadizas del interior del país, muy lejos de su original pueblo natal. Tenía cinco años en la clandestinidad. Evitando la orden de arresto. La que había sido emitida, por solo haber declarado que el ministro de justicia del régimen, protegía a un líder delincuente de un consejo comunal. Diego había firmado, aunque a distancia, pero muy entusiasmado, el documento que pedía una —rebelión popular—, junto con Juan y Corina. Eso hizo que el régimen reanudara y aumentara su persecución. Por suerte, los habitantes del pequeño pueblo a las orillas de un ramal del río más grande del país, lo ayudaban sin reserva y lo protegían para que no fuese capturado y llevado a la cárcel. Para él, parte de la rebelión popular contemplaba el voto afirmativo por la democracia.


Ahora con Juan detenido y Diego escondido, solo Corina podía actuar públicamente, y dirigir directamente las acciones para avanzar el proceso de rebelión pacifica. Ella dejó su cama, como a las nueve de la noche, vistiéndose rápidamente. Fue a la cocina, recogió un cruasán, y caminó rápido, otra vez, hacia la Plaza Restauradora y dijo a los que estaban allí: «El paro debe ser general» y agregó: «Ningún negocio debe amanecer abierto». Corina soñaba que las actividades contundentes emprendidas por los estudiantes, durante muchas semanas. El llamado a la rebelión y el promovido paro indefinido, junto a la idea de no contemplar votar en futuras elecciones, deberian completarse sin fallas. Era la única forma de salir del regimen autoritario.


Milena, el jueves en la tarde, antes de ir a cambiarse el color del cabello, decidió detenerse en la plaza, donde quería evocar que cuando era muy pequeña iba a la iglesia en la esquina norte a oír misa junto a su madre. Esa plaza, llena de ceibas grandes con un color verde único en las ramas y de bancos desgatados por el tiempo. En el centro una escultura con una cara deteriorada, tal como otras caras esculpidas en miles de plazas de su tierra. Milena cada domingo, oía al sacerdote recordar constantemente en la homilía: «Crece el hambre, no se consiguen alimentos en los abastos, la venta de licores ha aumentado y a los ciudadanos los han privado de la libertad en sus comunidades».


Ese mismo jueves, Milena, tropezó con uno de los estudiantes que estaba montando guardia y le preguntó: ¿Cuántos días más piensan que tienen que permanecer aquí? ¿Que piensas del voto popular para salir del autoritarismo? No recibió ninguna respuesta. A ella le pareció que al estudiante no le interesaba opinar o no le importaba el contenido de las preguntas, y entonces continuó su camino a la peluquería que estaba al otro lado de la calle. Cuando Corina regresó a su casa, esa noche, encontró a Milena tendida boca arriba en el suelo de la sala con su nuevo color amarillo en el cabello. Ocho años mas tarde, sin haber conseguido salir del régimen, Corina pensaba: «Ha llegado un nuevo punto de quiebre». Una voz remota parecia decirle: «Quizás, ¡sí! Tiene que haber un voto afirmativo por la democracia».


Veinte y seis de febrero del 2023

Pronto viene el relato tres.


 
 
 

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