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Los espacios de Judas y María Magdala

Otro relato no lineal


Él ha resucitado y vivirá por siempre en la música del agua, en los colores de la rosa, en la risa del niño y en la paz de los pueblos.

Miguel Otero Silva

Muchos años atrás quería hablar algo sobre Judas y este domingo del 2020 se me reforzó hacerlo, cuando leí de nuevo un capítulo de “La Piedra que era Cristo”, y que comenzaba diciendo algo parecido a: «Uno quisiera (algunos dicen que no se puede) abstenerse de recordar a Judas Iscariote, el traidor más fustigado en la historia de la humanidad, pero al mismo tiempo el más inservible entre todos los traidores que en el mundo se han dado. Inservible porque le pagaron treinta monedas de plata para que desnudara la identidad del Nazareno a los guardias que iban a prenderlo, pero el propio Jesús se presentó ante ellos, los encaró de buen grado y les dijo: “Yo soy el Nazareno a quien buscáis”». Fustigado, inclusive hoy en día cuando lo queman (pienso que es después del Sábado Santo) en las plazas de muchas regiones. Muchos razonan y yo también, que estos eventos son desdeñosos y sin sabor cristiano. Otros cuestionan: ¿Por qué no es mejor abstenerse de recodar a Judas?, en verdad la respuesta es —sí se puede—, y más aún es agradable decir o preguntar: ¿Por qué no es mejor esperar hasta el domingo y celebrar festivamente la resurrección de Cristo?. Eso nos hará sentir alegres y revividos.


Recordé la escritura sobre Anás, el suegro de José Caifás, cuando estaba frente a Jesús quien le había sido llevado por un guardia; el diálogo empezó con:


—¿Quienes son tus discípulos? —le pregunta Anás, al ver al preso que le traen. Jesús lo contempla un instante sin responderle. Pero al final afirma:


—Crees que soy capaz de delatar a mis apóstoles —dijo Jesús, desviando los ojos hacia una ventana con vidrio transparente que le dejaba ver el cielo azul intenso.


—He oído decir que has ideado una religión nueva —dijo Anás —. ¿En qué consiste tu doctrina?


Ahora Jesús, si le responde muy rápidamente:


—He hablado ante muchos, he enseñado siempre en el templo. Me han oído los judíos y no he dicho nada escondido. ¿Por qué me preguntas a mi el significado de mi doctrina? Pregúntale a los que me han oído, a los que les he hablado, ellos saben bien lo que he dicho.


Al guardia le parece insolente y retadora la respuesta del prisionero y lleno de rabia le da una bofetada y ordena a sus lacayos que lo arrastren hasta donde vive el sumo sacerdote José Caifás. Cuando Jesús llega, a Caifás se le agranda el ego e impone silencio a los que conversaban con él, y se dirige a Jesús diciéndole:


—Yo te exijo, por Dios vivo, que me digas si tu eres Cristo, el hijo de Dios.


—¡Si!, lo soy, tu lo has dicho. Y declaro que soy el hijo de Dios y que después que ordenen mi crucifixión y muera, resucitaré en pocos días.


Al poco rato me acordé de María Magdala, mejor conocida como María Magdalena quien fue el único discípulo que no abandonó a Jesús. Algunos dicen que ella era la hija de un padre adinerado que se había mudado de Magdala a Tiberíades, pueblo que había sido designado a ser la capital de Galilea por Herodes Antipas.


María Magdalena se convirtió en la cortesana más galanteada de Tiberíades. Su belleza seducía a todos: artistas, parroquianos y príncipes. Sus pies siempre estaban descubiertos y su boca, muy a menudo, entreabierta como dispuesta para el beso. Un día cualquiera recibió la visita de Petra, que era la esposa de un dignatario de la corte de Herodes quien le dijo, con miedo:

—Una vez en Jerusalén, cuando Jesús estaba a la puerta del templo, vinieron los fariseos trayendo con ellos a una mujer hermosa .

—¿Y que decían los fariseos —preguntó María Magdalena.

—Que simplemente, la encontraron revolcándose con un extraño y aullaba de goce carnal debajo de un soldado —expresó Petra —. Entonces, los fariseos, le preguntaron a Jesús ¿tú que dices de esta adúltera?

—Aquel de vosotros que se sienta sin pecados, que arroje la rimera piedra —dijo Jesús, con naturalidad y sin ninguna duda, encarándose a los denunciantes.

Todos ellos se retiraron sin ni siquiera pestañear y Jesús le dijo a la mujer «has visto como ninguno se atrevió a condenarte» y agregó «yo tampoco te condeno». Petra le contó otras cosas fantásticas sobre Jesús a María Magdalena, pero ninguna le impresionó tanto a ella como el perdón a la mujer adúltera. Ella decidió ir a ver a Jesús a Magdala, el pueblo donde ella había nacido (eso dicen algunos historiadores). Cuando lo vio se arrojó a sus pies, y comenzó a salpicarlos con sus lágrimas llenas de fe. Y Jesús le dijo: «Tus pecados han sido perdonados, vete en paz». Y fue así como María Magdalena nació de nuevo, como dijo un novelista en un formidable libro.

María Magdalena sabía que la muerte de Jesús en una cruz la podía enloquecer, cuando él fue llevado al Gólgota. Pero también con seguridad, entendía que él no recurriría jamás a su poder de Hijo de Dios para aplastar a los individuos que se disponían a matarlo. «Él escogerá llevar sobre sus hombros la debilidades de todos», pensaba ella. María Magdalena no huyó, siempre estuvo al lado de Cristo; ella comprendió su muerte apesar de que su alma se desgarraba por no poder impedirla y así se mantuvo ante el sepulcro. Días después, María Magdalena subió otra vez al Gólgota, segura de que volvería a ver a su adorado ídolo. Ella no dudaba que Jesús había resucitado y así lo sentía desde el fondo de su alma.


Felices Pascuas. Arizona 12 de Abril del 2020. .

 
 
 

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