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Capítulo 30: Lo que parece el final de esto

Capítulo 30: Otro adelanto de “Transite un rincón insaciable”

La justicia absoluta puede ser la más absoluta de las injusticias.

Alguien que habló con Javier Cercas

Hacia el final de la calle, justo en la esquina de la calles Velázquez y Joaquín Costa, se encuentra un singular edificio de espesa textura de ladrillo amarillento y de estructura de cemento; un ícono misterioso de la arquitectura de Madrid. En el jardín, sobre un banquillo redondeado, con forma de rosquilla, posa la escultura de una figura humana de forma muy estilizada que tiene una rodilla sobre el borde del banquillo y la mano izquierda recostada de un muro blanco apoyado sobre la alta pared del edificio. No sé porque, allí, encima del banquillo, también se sentaban al atardecer de cada día tres viudas, con sus pies apoyados en el verde suelo, a recordar sus insólitos y muchas veces secretos recuerdos.

Parecía que ellas se comportaban igual que la figura humana de bronce laqueado que lucía como si estuviera soportando el edificio. Claro que no era exactamente lo mismo. Ellas soportaban sus carencias y deseos, y esas circunstancias resaltaban su integridad. En realidad, sus vidas pasaron con infinita brusquedad por los varios años que transcurrieron en una perpetua soledad. Pero en especial, ellas seguían repensando en cómo encontrar una vía ideal de comportamiento para la sociedad, en todos los rincones insaciables. Querían imponer la presión adecuada para que las democracias no se hundieran en el barro. O sea evitar que existieran más tiranías. No podían obedecer de antemano. Pero, siempre estar en calma cuando llegue lo impensable. Sentían que debían mantener esas imágenes con empeño.

Alivio Espárrago, recostado, más bien escondido detrás de un árbol en la calle Joaquín Costa, observaba, parecía que espiaba a las viudas. Las había seguido día a día por todas partes, ahora las tenía casi enfrente, lo que quería era entenderlas o mejor dicho comprenderlas. Esa sería la forma de escribir las líneas finales de su novela, esa que había empezado hace muchísimos años, ya no tenía idea de cuántos. Pensaba que era más de medio siglo. Sin embargo, no encontraba la forma razonable de deducir algo con precisión. Se preguntaba con ansiedad y congoja: ¿Quién puede entender cómo piensan las tres viudas?

«Cómo se pueden olvidar los desvaríos (palabra usada para ser sutil), de los sucesos inauditos ocurridos a ellas y a otros en el lejano rincón insaciable», fue un pensamiento que se formuló Alivio en el último momento del atardecer. Pero algo más intenso le pasó simultáneamente por la mente: «Ojalá que el odio que puede ser más obsceno que cualquier otra vicio no esté en sus sentimientos». Una lluvia inesperada empezó a caer sobre las espaldas de las tres viudas y de todos los que estaban o circulaban con rapidez por las calles cercanas al edificio amarillento y Alivio no pudo hablar con ellas ese día.

 
 
 

1 comentario


Miembro desconocido
08 may 2020

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