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Laberinto de los anillos VI

Actualizado: 18 feb 2022

El fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad

Carta de Cortázar a Jean Bernabé, 27 de junio de 1959

Julio Cortázar emprendió su viaje hacia el laberinto de los anillos poco tiempo después de recibir una invitación firmada por Proust y Borges. Ese regalo venia en un sobre blanco hexagonal, sin estampilla. Se lo dejaron encima de la placa que cubre su tumba en el Cementerio de Montparnasse. Parecía otra carta de amor. Esas que dejan todavía allí, las jóvenes enamoradas del mundo fantástico creado por Rayuela.
Anastacia Cubanova vivía en una calle cercana al arco que da al Quai de Conti. La misma calle donde Julio también vivió, por unos pocos meses, cuando llegó a Paris, por allá en el año 1951. Tenía 37 años y no podía imaginar lo que el destino le depararía como escritor. Ahora, muchos años después, lo invitan a cambiar de vivienda. ¿Cuál habitación me darán?, se interrogaba durante el viaje. ¿Será una de esas habitaciones en el tope del laberinto? «Ojalá sea así, quizás desde allí, podré ver el círculo con tres triángulos rojos que representa a los tres miembros del jurado». Una especie de ícono o logo. «Un honor unirme a Proust y a Borges en esa estelar aventura literaria», pensó.
A Anastacia la había conocido en la rue de Seine, una tarde con luz de ceniza y olivo que flotaba sobre el río Sena. Ese encuentro lo inspiró a escribir las primeras líneas de Rayuela. Y de allí en adelante su vida como escritor no dependió del destino. Con Anastacia vivió muchos años en el número 100 de la rue Martel. De ella no se separó nunca. Terminaban juntos en el Cementerio de Montparnasse, cada vez que ella dejaba una nota de amor sobre la lápida.
Durante los primeros años en París Julio fue muy pobre, pero inmensamente feliz. Su única riqueza era una máquina Olivetti, con la que escribía. Habitaba la ciudad con entusiasmo, casi como una liberación, sin cansarse de recorrerla una y otra vez, primero caminando, luego en bicicleta y cuando pudo, sobre una motocicleta Vespa, con la que se accidentó gravemente. Ese episodio le inspiró el cuento La noche boca arriba.
En el cuento, una mujer fue atropellada por un motociclista, una noche. A la mujer no le pasó mucho; no así al motorizado. Estando hospitalizado este hombre empieza a tener un sueño muy vívido y se despierta agitado. Trataba de no dormirse de nuevo para evitar tener un sueño igual o similar. El sueño se refería, a que él era un indio purépecha, que participaba en las antiguas guerras pomposas y era perseguido por la tribu enemiga, los aztecas. Como estaba muy estropeado y cansado, terminó quedándose dormido y en esta oportunidad soñó que se estaba ocultando en un bosque, pero hábilmente un azteca lo encontró. Es capturado y llevado al territorio azteca, para participar en un sacrificio. Observó corazones y mucha sangre pertenecientes a otras víctimas; le recorrió un escalofrío al darse cuenta que el próximo sacrificado sería él. Esos ritos eran realizados por el jefe de la tribu. Ejecutaba a alguien, extraía su corazón y se lo ofrecía a los dioses en la pirámide “Boca Arriba”. Todo era como el final de un juego macabro. Por suerte, en el sueño, Anastacia Cubanova no era la mujer atropellada.
En pocas horas luz llegó Cortazar al laberinto de los anillos. No lo esperaba nadie en lo que parecía la entrada. Solo vió un aviso luminoso que le indicaba que abriera la puerta y caminara por las escalinatas internas hasta la última planta. «¿Así que me tocó la novísima planta?», pensó. «Seguro que desde allí lograré ver el círculo universal», se respondió en su mente. En cada planta se asomaba por los arcos y veía hacia abajo, lo único que distinguía era el verde de los musgos. Por fin no encontró más escalinatas, había llegado al tope del laberinto. Allí encontró su nueva habitación. Encima de la cama cubierta con una tela de algodón egipcio encontró un sobre blanco estampado, esta vez, con un logo —el círculo universal—, con una nota adentro que le indicaba el día de la reunión de apertura, como jurado del concurso literario. Sintió una lluvia fría. Se acostó y durmió por tres días.





 
 
 

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