Heberaldo
- Luis José Mata
- 26 mar 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 22 abr 2021
Heberaldo nació adelantado. La partera Chepa atendió a su madre. Como a casi todas las mujeres de Playa Telmo. La familia vivía en una casa construída a principios del siglo XIV. Ir de la puerta de la casa al mar se conseguía con un salto corto. Heberaldo creció como un pez, todo el día metido en el agua del mar. Todos los minutos los dedicaba a sacar chipi-chipi. Esas conchitas marinas que se enterraban en la suave arena. Se los entregaba a su madre para que cocinara con esos moluscos pequeños un buen consomé. Años tras años continúo haciendo lo mismo. Pero cuando cumplió los quince viajó a la capital del país para iniciar su educación formal. Su madre se quedó sola en la casa vieja.
Al llegar a registrarse en el liceo, le preguntaron su nombre y dijo «Heberaldo». «¡Que!» Sorprendida dijo la registradora. Ella no pudo evitar preguntarle: ¿Quién te puso ese nombre? El contestó, my sereno «Mi abuelo Ruperto, quizás quería ayudar a mi madre, a ella no le gustaba el nombre escogido por mi padre.»
—Al abuelo Ruperto le decían Mero, quizás por su piel pálida —dije yo —. Era un gran navegante.
—Sí, piel pálida a pesar del sol —dijo Heberaldo —. También era un gran pescador.
Francisco de Paula Santander fue un militar y político colombiano. Hasta presidente llego a ser. Fue amigo y aliado de Simón Bolívar. Aunque solo por poco tiempo. Diferencias ideológicas los separaron. Santander creía muy formalmente en la constitución y las leyes. Mientras Bolívar, las tomaba de una manera casual. Él siempre acomodaba esas concepciones a un segundo plano. Siempre pensaba primordialmente en la Independencia de Nueva Granada. ¿Por qué cuento todo esto? Francisco de Paula era el nombre que el padre de Heberaldo había seleccionado para su hijo. Por suerte, el abuelo eligió su nombre como Heberaldo y lo registró así en la alcaldía de Los Hatos.
Un día cualquiera Heberaldo regreso a Playa Telmo. Ese sitio espectacular. Esa bahía primitiva que desearía tener la concha de San Sebastián en España o alguna otra de las bellas playas de Albergue en Portugal. Claro, era la opinión orgullosa de Heberaldo. Él las conoció cuando fue a hacer sus estudios universitarios en España.
En una punta de Playa Telmo, rompen las olas con cierta violencia creando una visión hermosa de la fuerza del mar. En la otra punta el agua es calmada, tranquila, sosegada. Allí se anclan sin problemas los botes de los pescadores.
Una tarde una gaviota pasó volando y se detuvo en el techo de la casa vieja. En otra parte de la playa, Heberaldo, respiraba el aire de su isla. Un segundo más tarde se zambulló en el mar y siguió sacando más chipi-chipe. Salió del mar y vio a su madre asomada en la ventana de la cocina de la casa vieja, después de haber trozado cientos de ajíes dulces. Heberaldo me miró y me dijo: «Nos vemos más tarde y cenaremos juntos».
A Tia Felipa

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