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Entre vías oscuras

Ciudad del sur

I

Todo comienza en la estación de Agua Salud donde muchas personas, siempre a la misma hora, esperan el tren que circula a lo largo de la línea uno del metro de Caracas. Esa ciudad del sur. Eran las cinco y media de la tarde. La hora de máxima ocupación. “Esta es la hora pico” repetían los viajantes, mientras esperan largo rato la llegada de los vagones. También es la hora de calor máximo, más de 30 grados centígrados. Los viejos vagones, ahora sin aire acondicionado, se mueven entre rieles defectuosos. El tren chirriaba y de los rieles saltaban chispas. Realmente un caos. Llega el tren con sus múltiples vagones, y comienzan las peleas. Los viajantes se atropellan clavando los codos en el cuerpo más cercano. Una lucha descarada y despiadada por entrar en los vagones. El metro se convertía en un horno repleto de carne humana.

A María le salió ir de pie y apretujada entre varias personas que la tocaban con malicia. Escapándose de ellos y ellas, con mucho esfuerzo, logró llegar hasta una de las ventanas del vagón y se recostó del vidrio. De repente, empezó a sentir que algo parecido a un humo denso penetraba en su garganta. Trató de no respirar por unos segundos, para evitar que el humo llegara a sus pulmones. Cuando respiró de nuevo, estaba tendida sobre uno de los rieles de la vía férrea.

El tren se había detenido y la mayoría de las personas rompían los vidrios de los vagones y saltaban hacia el suelo pegando sus cabezas contra los rieles metálicos. Un oficial de vigilancia llama a la torre de control del metro —así lo llaman los caraqueños—, otro llama a la oficina de mantenimiento y un tercero a su esposa: para preguntarle cuándo debía recoger a su hijo en la escuela. Ninguno de los tres oficiales recibe respuesta inmediata. En un período de pocos minutos la confusión fue total. Sin embargo, alguien contactó a un hospital y las ambulancias con un ruido estremecedor se movían por las calles de Caracas, un día con un cielo ensuciado, en dirección de la estación de Agua Salud.


II

Volviendo a un tiempo atrás, hay que recordar que el metro de Caracas fue inaugurado en el año 1983 durante la presidencia del socialcristiano Herrera Campins. Eso fue seis años después del principio de construcción de las obras. Durante muchos años, el sistema subterráneo fue un ejemplo en su operación y mantenimiento. Igualmente, en el cuido de las estaciones del metro, hermosamente diseñadas, algunas con las obras cinéticas de Cruz-Diez. ¡Espectaculares, todas! Por mucho tiempo nadie corría por los andenes. No era necesario ya que el tren era puntual. Siempre llegaba al momento esperado por los usuarios. Sin embargo, a comienzos del siglo XXI el deterioro del metro comenzó a manifestarse. El subterráneo caraqueño comenzó a ser un metro- problema. Sí, no solo un metro; también un problema. El gobierno de turno ensayó una corrección a los deterioros avasallante que ocasionaban increíbles molestias, disgustos y peligro a los usuarios; eso ocurrió por allá en el año 2008. Fue un intento de rehabilitación de las subestaciones eléctricas y de varios kilómetros de la vía férrea. Compraron nuevos vagones para formar nuevos trenes. Trenes diferentes a los anteriores. Todo eso no funcionó nada bien; en vista de la falta de buenas decisiones operativas y técnicas. La política interesada privilegió en las decisiones. Desde el comienzo no hubo una buena gestión del nuevo proyecto y del cambio de tecnología. Todo falló.


III

Regresando a la actualidad, uno se puede preguntar: ¿Tendrían las explosiones que ahora se generan por el terrible mantenimiento de los rieles y de los trenes en sí mismos, una solución fácil? Pareciera que la respuesta es positiva, ya que muchos usuarios recuerdan precisamente el buen estado de todo el sistema del metro hace unos años atrás. Durante la antigua República. ¡Volved hacia esos días! Era una solución simple pensaban muchos.

Sin embargo, todos decían: el pago por viajar en el metro era también subsidiado por el gobierno. O sea, no es una cosa nueva lo del subsidio. Pero lo que también es cierto es que ahora no hay tanto dinero como antes, ya que el sistema petrolero también está fallando. El subsidio y poca eficiencia fiscal es el problema real. Si no pagas por los servicios no se logra mantener un sistema adecuado ni por parte del gobierno ni por parte del ciudadano, o sea del público, de la gente. Total, el caos absoluto.


IV

La ambulancia y los paramédicos llegaron y ayudaron a María a su recuperación. Volvía a respirar normalmente. Caminó con desespero hacia su lugar de vida, hacia su covacha y allí descansó por unas horas, olvidándose que era un aposento pobre y oscuro. Mañana tomaría del nuevo el metro. ¡Qué más podía hacer!, en su ciudad convulsionada. Una ciudad del sur. Ese día no había muchas personas en el tren. María llevaba el pelo mojado y suelto. Unos pantalones color negro desgastados. Calzaba gruesos zapatos. Esta vez tuvo chance de sentarse en una de las sillas cerca de la puerta de salida del vagón. Quizás, eso la salvaría de que la tocaran, disimuladamente o no. Comenzó el andar del tren y después de unas cuantas estaciones llegó a la estación los Dos Caminos. María se bajó allí. La seguí. Descubrí que trabajaba en una fábrica de vestidos en la Plaza Restauradora. En la esquina sur de la plaza quedaba un club nocturno —la Discoteca Cleopatra — era famoso por las fiestas especiales cada viernes en la noche. Allí se reunían los varones caraqueños —la élite— del Este de Caracas. Invitaban muy a menudo a las trabajadoras hermosas de las fábricas cercanas. María, muy cansada por el trabajo del día, decidió no acompañar a uno de sus habituales perseguidores —de los viernes— a la discoteca. Estábamos en la estación, cuando llegó esta vez puntualmente el metro. Decidí hablarle.

—Hola María, ¿cómo te ha ido hoy?, te sientes mejor ahora que ya ha pasado un día del accidente en el Metro?

Ella se sorprendió por la pregunta y dijo: —cómo sabes que yo estuve en ese accidente.

—Bueno, yo estaba allí y te vi salir disparada por la ventana del vagón y llamé a un hospital para que vinieran en tu auxilio, por cierto, me llamo Camilo.

Camilo vivía en otra covacha en el mismo barrio que María. Ella se había convertido en una especie de tortura, en una presencia recurrente y trabajosa. Camilo era otro de los hombres que cada viernes caía en el desespero porque todas las chicas que vivían en el barrio se quedaban en el Este, muchos viernes en la noche. Lo que le quedaba a la mayoría de los varones del Oeste, esos viernes, era contemplar el cielo nublado por el polvo, un cielo ensuciado, beber como un desquiciado o dormir en soledad. Los viernes en la noche eran llamados la oscuridad varonil. Camilo soñaba con María. Hoy por lo menos iba junto con ella en el vagón del Metro. Para él, un viernes jubiloso.


V

Patricio era un tipo hábil con mucha empatía. Sacaba ventaja de ser hijo del dueño de la fábrica de vestidos, donde trabajaba María. El día que la vio por primera vez se le acercó con cautela y solo le dijo: «Se te ve agobiada, deberías descansar un rato». Era su estrategia primordial de acercamiento hacia las trabajadoras bonitas. Un divertimento. Les asomaba, es decir les presentaba una serie de circunstancias favorables. Un nuevo camino. Una nueva narrativa: un cielo limpio que era imposible curiosear a las trabajadoras por sí mismas. María sintió que le había llegado un fascinante trofeo. Ojalá pudiera salir con él a un mundo fuera de la fábrica. Ojalá pudiera Patricio derramar la mirada en ella, que la encendiera como el brillo del sol. Todo pasó en cuestiones de minutos. Patricio se despidió con mucho mimo, preguntando: «¿Podemos vernos en otra oportunidad?». María soslayó su respuesta, no estaba acostumbrada a este tipo de pregunta, por parte de un miembro de la élite. Pero la suerte, o una fuerza sobrenatural —el destino— estaba con ella, Patricio llegó otro día y la invito a ir al Cleopatra.


VI



Im posible que hayas encontrado el sendero correcto», se preguntaba Camilo; después de haberse despedido de María ese viernes a una semana del accidente en el Metro. Camilo era un joven lleno de ilusión. Sin embargo, como siempre, algo nuevo aparecía que perturbaba su vida. En este caso, aunque no participara, era el sitio donde se consumían drogas alucinantes. Uno de ellos se había abierto muy cerca del Cleopatra. Era regentado por un japonés, en la calle Independencia 5. Los viernes en la madrugada la élite de la sociedad se reunía allí, para culminar soñando con el lenguaje de las nubes blancas y el reventar de las olas. Un viernes, al comienzo de la noche, Camilo acaba de avistar a María: con alguien por él desconocido, e iban agarrados de las manos, cruzando la Plaza Restauradora. El alma se le fue al suelo. No encontraba que hacer. Quería seguirlos para saber dónde iban. Dudaba si era lo correcto. «En verdad, solo he hablado con ella una sola vez, no sabe en realidad lo que siento», pensaba. Una fuerza interior dominó su decisión y caminó hacia la estación del Metro —los Dos Caminos— y, regresó a su barrio, regresó a su covacha. No durmió bien.

VII

Unas cuantas veces María había estado allí acompañando a Patricio. Sí, en el lugar del japonés. Después de mucho bailar en Cleopatra. Patricio era un experto en fingimientos, ansias o desilusiones. Un afán especial por el deseo sexual. Le apetecía desmesuradamente dominar a su pareja —cualquiera que ella fuese — María era otra más. Evidentemente, ella no lo notaba debido a su ingenuidad natural. Venía de un barrio y ahora estaba envuelta en el humo de la sustancia que olía en el Jantsu, el lugar del japonés Ito Opio. Ella evocaba repetidamente el tiempo que había pasado en su poblado. Por allá, cuando apenas tenía diez años. Realmente, no evocaba, lo que hacía era recordar con amargura haber sido abandonada por su madre en el convento Retiro de los Ungüentos, un lugar apartado de la civilización. Allí la recogieron del suelo y le otorgaron el número noventa y nueve. Así la llamaron hasta los diez años. Su nombre, le fue asignado por la registradora de la escuelita. María, no sabía leer para el momento. Ahora fumaba y fumaba para no seguir recordando aquellos momentos tristes y penosos. Quería dejar de hacerlo, pero le faltaba la voluntad. Por suerte esa noche, cuando salía sola del lugar del japonés, encontró a Camilo recostado de un árbol de roble en el medio de la Plaza Restauradora. Parecía estar en meditación.


VIII

Patricio es un fanático, no solamente en relación con el sexo, sino también al poder. Se siente un privilegiado. Es parte de una casta. Quiere reclutar a María, para convertirla en una diva. Una especie de mascota de una sociedad secreta o como a él le gusta llamar a María: «La diva de una sociedad discreta». Para él esto es parte del poder; distribuir las apariencias, simular la aceptación de los desiguales. María es una escogida. Patricio tiene esto muy claro: pues conoce que todo cuerpo social requiere de normas aisladas y extrañas de comportamiento para poder dar dirección y efecto a sus fines fundamentales. Tiene Patricio muy bien entendido que la posición de una élite política no justifica su poder con solo poseerlo —tal como él lo ha tenido hasta ahora— sino que intenta y procura darle una base moral —aunque sea ficticia— e igualmente una plataforma legal. Hoy, otro viernes, ha decidido llevar a María otra vez al Jantsu.

Así lo hace, la espera a la salida de la fábrica, cuando la ve sin titubeo le dice:

—Vamos al Jantsu.

Ella duda en responder. Ha venido pensando que las cosas que hacen en el lugar del japonés no son legales, al final decide contestar, aludiendo a algo diferente.

—No sé si deba ir, soy pobre ingenua por naturaleza, pero pienso que hay algo de inmoral en fumar opio.

Patricio se ríe y muy irónicamente le dice:

—No quieres tener poder. Nada de sexo esta noche. Entonces prefieres irte a tu covacha.

Y a la vez piensa que María podría convertirse en una contrariedad para los “Cabalistas de Caracas”.

IX

El Metro continúa con miles de aprietos. Esa noche un incendio ocurrió en la estación Bellas Artes, cuando unos provocadores y a la vez ladrones han robado cables eléctricos y quemado las casetas de control de las vías. El tren no puede seguir funcionando y no puede seguir hacia Agua Salud. Se detiene en la estación Bellas Artes. María se ve forzada a salir del vagón. No sabe qué hacer. Nunca ha estado alrededor de esa zona de la ciudad. Ni siquiera entiende lo que significa el nombre de la estación. Bueno, sí sabe lo que es “bellas”, pero no sabe que significa “artes”. Lo que le preocupa es donde dormirá esa noche. Sube una escalera, le hubiera gustado que las escaleras eléctricas estuviesen funcionando, pero no es así, como de costumbre. Cuando llega a la superficie ve un parque deteriorado, pero con unos cuantos bancos de madera. Se alegra, en uno de ellos podrá descansar y quizás dormir. Por lo cansada que estaba duerme toda la noche. Cuando despierta nota que está en un paseo peatonal, lo que a ella en la noche le había parecido un parque público. Se sorprende que nadie la molestó en la noche. Ve que en frente de ella hay un mural, de un hombre con una cara como los que viven en su barrio. Al fondo hay un letrero en la fachada de un edificio, que dice “Galería Nacional de Bellas Artes”. «Me persiguen estas bellas artes», se dice; comienza a caminar a ver quién le da, aunque sea, un pedazo de pan con mantequilla. Eso lo hace Lourdes, la farmaceuta de turno en la farmacia del paseo peatonal.



X

Camilo no es un ser sofisticado. Es un individuo elegante, a pesar de vivir en un barrio. Hace esfuerzos extraordinarios por ser humilde, sencillo, modesto. Procura ser tierno con las personas que trata. En especial con María. A la que adora, aunque todavía no se lo ha dicho. En verdad no ha tenido mucha oportunidad de hacerlo en vista de que Patricio siempre anda en el acoso de María. Él le recorta el tiempo y el espacio. Pero ha decido hacerlo. Esa noche, con una luna entera en el firmamento se va hasta la puerta de salida de la fábrica a esperar a María. Ojalá que venga sola. Ojalá se quiera detenerse, aunque sea un minuto. Ojalá acepte ir conmigo a algún sitio tranquilo. Son las cosas que revolotean en su cabeza. Son prácticamente una imagen de los deseos por una felicidad instantánea. Un anhelo de alegría. No ve llegar la hora, mira por enésima vez la hora en su teléfono. Solo faltan dos minutos para las cinco de la tarde. María debería estar pronto en la puerta de salida. Pasan cinco minutos más, diez minutos más y otros cuantos minutos más, y María no aparece. Camilo decide irse a la estación del Metro y regresar a su barrio. Llega a su covacha y se tiende sobre el duro colchón de su cama. Quería dormir toda la noche para olvidar las penumbras de la existencia.

Hay espejismo en la vida muy frecuentemente. ¿Es María un espejismo? ¿Estará distorsionando la realidad? ¿Es una quimera? Camilo da vueltas ligeras sobre la cama. Se imagina a María junto a Patricio en las arenas de una playa. Deleitándose ambos con el sol y la brisa marina. Viéndose él, al mismo tiempo, triste y deslumbrado cuando los observa. Quizás, no exista una manera de estar con ella para siempre. ¡Se estremece! Da un salto repentino desde la cama y descubre que estaba teniendo una pesadilla. Piensa: “María es una fantasía real, no es una alucinación”. Le tomó un buen rato volverse a dormir.


XI

La sociedad secreta “Los cabalistas de Caracas” fue fundada en al año setenta, por una mujer miembro de la Corte Suprema de Justicia. Su idea original fue transformar la sociedad de la ciudad. Si, en la ciudad del sur. Esa idea original no duró mucho y en eso contribuyó mucho Patricio quien había sido elegido como uno de los cinco maestros. Patricio no creía, no pensaba profundamente cómo debería ser un singular cabalista, ni conceptuaba los libros clásicos ni los libros sagrados. Fanatizaba en los libros pragmáticos: aquellos que le enseñaban a obtener un máximo beneficio personal. Para él, tanto El Quijote como la Biblia o el Corán eran letras perdidas.

Camilo por el contrario era un individuo en una constante búsqueda de la igualdad, de predicar el concepto de la libertad como una idea primordial. Regularmente rogaba por evitar los malos sentimientos y por no tener malas intenciones. Últimamente, se había comprometido por entender la noción de conciencia y de la mente. En definitiva, era un hombre complicado. Jamás, Henry Marcuse lo hubiera incluido entre los hombres unidimensionales. O entre aquellos que llevan consigo una conciencia desgraciada. Intentaba entender las causas del peligro de los seres débiles o desamparados. Se preguntaba: «¿Cuál es la manera en que la sociedad está regulada y cómo organiza a sus miembros?». Nunca había conseguido una sensible, benévola o generosa respuesta. Cuando percibió que Patricio era un miembro de una sociedad secreta —un cabalista— asentó sus pensamientos con respecto a Patricio. Reforzó su idea de que Patricio era una amenaza para María. Reconoció que eso no era palpable para ella. Sabía, además, que él no lo percibía de esa forma porque estuviese enamorado de ella.


XII

Camilo se había quedado dormido en un sofá de la discoteca. Era siempre el mismo sueño con unas pocas variantes. Siempre aparecía una mujer bailando salsa, en un desierto, en el medio de un barrio de inmigrantes. La mujer llevaba el mismo vestido, aunque cambiaba de color dependiendo de la temporada. Que por cierto eran solo dos: la seca y la lluviosa. Durante la seca era de un blanco transparente y durante la lluviosa era de un amarillo brillante. Una bestia aparecía desde las arenas y atrapaba a María y la devoraba en segundos. Pero al mismo tiempo un colibrí, suspendido en el aire, aleteaba sus alas a tanta velocidad que se hacía invisible. El colibrí pinchaba entonces a la bestia y María reaparecía otra vez libre.

Lo despertó una camarera de la discoteca, preguntándole si quería otra bebida. Dijo: “No gracias”, y se levantó del sofá en un minuto. Terminó agarrando el tren en la dirección contraria a su covacha. Quería ver las nubes oscuras que se movían lentamente hacia el este. No duró mucho en esa actividad y volvió a tomar el vagón que lo llevaría directamente a su barrio en el oeste de la ciudad. A lo largo del viaje pensó que olvidarse de las actividades maliciosas de Patricio era lo más conveniente. Mejor era proteger a María. Decidió ir a tocar la puerta de la casita donde ella vivía.

El impacto de su conversación con Lourdes en la farmacia del paseo peatonal fue algo que le brindó a María una idea reveladora. Lourdes era la farmaceuta que también llevaba, los fines de semana, las medicinas para los enfermos al Retiro de los Ungüentos. María en verdad no la había reconocido, cuando le dio un poco de pan al amanecer de aquella noche terrible después de dormir solitaria en un banco. Lourdes le había sugerido que regresara al Retiro. Que se dedicara únicamente a los enfermos, preparando los ungüentos. Que se olvidara de los desalientos en la ciudad del sur. María la oyó y lo aceptó, y no regresó nunca desde el paseo peatonal a su covacha.


Aceptado para participar en el Concurso Literario A F Ballestero en Sevilla España



 
 
 

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