En algunas partes del mundo, antes de que llegue el otoño, los árboles están llenos de hojas verdes. Diferentes tonos de verde. ¿Dónde estábamos cuando se acercaba el otoño en el año dos mil veinte? ¡Sí! Se me ocurrió preguntarme. Recuerdo el día, pero no dónde estaba. Tenía una sensación aterradora por el futuro de la nación, tanto que escribí en un pequeño papel: «Esperar siempre es agonizante y nos convierte en desesperados». Evocaba que había leído una frase en un libro muy antiguo: «A veces solo estás tranquilo porque estás durmiendo o durmiendo casi despierto». Ese mismo día revisaba un cuento, escrito por un hombre muy viejo, donde él hablaba sobre una persona pensando en esas cosas que se ven en los sueños —que lucen como fantasmas—, y que eventualmente se convierten en inútiles, innecesarias, exóticas e inusuales.
Con el transcurrir de los días, por fin, llegó el infalible otoño, aparecieron las hojas de los árboles en diferentes colores: rojo, verde claro, naranja, casi cualquier color. Me enteré del castillo laberíntico que un aspirante a rey había construído para que los ciudadanos más sabios o más serenos no se atrevieran a entrar. Los que entraron se perdieron. A los que esperaban por entrar al castillo, los motivaba para que se fueran hacia otro ámbito. Los envió a atacar el ideal democrático. ¡Ese encargo fue un escándalo! Había creado una rebeldía categórica y lapidaria. El aspirante a rey quería que reinara el miedo. Entonces, apareció el invierno.
Él imaginó nuevos caminos tortuosos. Fantaseó que su reducto no podía desaparecer y continuó viviendo allí rodeado de muros oscuros. No tenía buena compañía. Estaba decidido a permanecer solitario en su laberinto. Prefería la soledad a estar fuera del palacio. Dijo: «Estoy adentro, nadie me sacará del castillo». Su aberración más significativa fue decir: «Soy un líder con seguidores desenfrenados y malignos». No le importaba la lógica, la política o la verdad; el aspirante a rey seguía vegetando con sus instintos, como un ser imaginario. Un falso rey. Un rey sin vida.
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