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El limpiabotas

Era un día del año mil novecientos cincuenta y cinco, exactamente las dos de la tarde. En dos días sería la noche de Navidad. Mi madre me dijo; «Báñate y vístete, tienes que ir a visitar al barbero», y así lo hice.


Llegué a la barbería y saludé a Artai como siempre, con deferencia. Era la única persona que conocía que cortaba el cabello con una navaja bien afilada y además te rociaba el pelo con agua con un artefacto antiguo. Artai era el único que me había cortado el cabello en toda mi corta vida. Inmediatamente, al verme me dijo: «Tienes que esperar un poco, hay cuatro clientes antes que tú, siéntate en la silla de la esquina, la que está cerca de la entrada».


Desde allí pude ver al limpiabotas, otro niño como yo, siempre estaba allí arrodillado en el pretil de la entrada, con su caja de madera que en la parte de arriba tenía una especie de plantilla, donde los clientes colocaban los zapatos, y adentro de la caja estaban el cepillo, el trapito y una pequeña cajita con el betún —negro o marrón— para limpiar y lustrar los zapatos.


Siempre lo había admirado. Pensaba que era un niño grande porque trabajaba. ¡Qué confundido estaba yo! Esta vez me le acerqué, cuando él por un momento descansaba, y le pregunté: « ¿Qué regalo le has pedido al Niño Jesús?». El levantó su mirada, me vio con unos ojos de incredibilidad pero no respondió al instante.


En ese momento me llamó Artai, diciendo: “listo, ven y siéntate en mi silla de barbero”. Levantó un poco la silla, pisando el pedal que había en el piso, buscó su pulverizador de agua, apretó la perilla y me roció el cabello. Sacó su navaja y comenzó a trabajar. Finalizó en unos minutos y se despidió, diciéndome: «Saludos a tu padre y Feliz Navidad».


Me levanté dispuesto a regresar a la casa. Cuando estaba cruzando la puerta de la barbería, oí al limpiabotas que me decía, con una voz dulce pero segura: «Tú como que no sabes que el Niño Jesús no existe. Quien te pone los regalos, simplemente, es tu padre o tu madre, ¿si es que los tienes?».


¡Caminé rápido hacia la casa, triste y confundido!


Si has leído el relato podrás leer ahora: “Mis deseos por una Feliz Navidad 2020”

 
 
 

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