El laberinto de los anillos —III—
- Luis José Mata
- 18 jul 2020
- 7 Min. de lectura
A Toni Morrison
Reanudan sus conversaciones en el hexágono principal del laberinto de los anillos. Borges comienza revocando un verso de su poema El hacedor:
Otra cosa no soy que esas ‘imágenes’
que baraja el azar y nombra el tedio.
Con ellas, aunque ciego y quebrantado,
he de labrar el verso incorruptible
y (es mi deber) salvarme
El pensó que ese verso justificaba algunas de sus terribles opiniones, como las dadas en una entrevista —un dialogo con Eduardo Gudiño Kiefer — cuando dijo: «que la violencia racial se debía a que se había cometido el error de educar a los negros», y eso se lo dijo a Kiefer, en voz alta, sin vacilación. Borges interpretaba ese verso como su verso salvador.
Los latidos del corazón de Toni Morrison se podían oír hasta en el último piso del hexágono principal, en el momento que escuchó el verso y el comentario de Borges sobre los negros. Sin embargo, se controló y pidió anuencia para leer unos cuantos párrafos de Ojos azules. Esa fue su primera novela que apareció cuando ella tuvo casi cuarenta años. Fue el libro —su novela favorita — que colocó en la esquina izquierda de la mesa cuadrada ubicada en el centro del hexágono principal. Comenzó:
Aunque nadie diga nada, en el otoño de 1941 no hubo caléndulas. Creíamos que si las caléndulas no habían crecido era debido a que Pecola iba a tener el bebe de su padre.
Habíamos dejado caer nuestras semillas en nuestra parcelita de tierra negra exactamente igual que el padre de Pecola depositó su simiente en su propia parcela de tierra negra.
Estar en la calle, lo sabíamos es la cosa más horrible del mundo. La amenaza de encontrarse en la calle asomaba frecuentemente por aquellas fechas.
Ser puesto en la calle por el casero era una desgracia, pero el asunto se refería a un aspecto de la vida sobre el cual no tenías control, dado que no lo tienes sobre tus ingresos.
Existe una diferencia entre estar en la calle y salir a la calle. Si sales a la calle, te marchas a otro sitio; si estas en la calle, no tienes sitio a donde ir.
Los Breedlove —la familia de Pecola—vivian en la parte delantera de un almacén porque eran pobres y negros se creían feos. Aunque su pobreza era tradicional y embrutecedora, no era única. Pero su fealdad si era única. Los ojos pequeños y muy juntos bajo frentes estrechas. Narices agudas pero quebradas con ventanas insolentes. Sus bien formados labios llamaban la atención, no hacia ellos mismos sino al resto de la cara. Un maestro había dictaminado «sois personas feas». Ellos se habían examinado a si mismos sin ver nada que contradijera el dictamen, vieron de hecho que lo confirmaban todas las miradas. «Si tiene usted razón», le dijo alguien. Y tomaron en sus manos la fealdad, se la hecharon encima como una capa y se fueron por el mundo con ella.
«Ella (Pecola Breedlove) vino sin nada a casa de Corina. Ni una bolsa de papel con un vestido de repuesto, ni una camisa de dormir, ni un par de bragas de algodón.
«A Pecola se le había ocurrido hacia algún tiempo que si sus ojos que retenían las ‘imágenes’ y sabían ver, si aquellos ojos fueran diferentes, es decir, bellos, toda ella podría ser diferente», escribió Corina, la narradora de Ojos azules y agregó otra frase: «Ojos de un azul como el de las ‘campánulas’, como los de Shirley Temple».
Toni se detuvo por unos instantes, dirigió sus ojos hacia todos los oyentes, parecía preguntar con su mirada ¿Qué están pensando? ¿Querrán decir algo? Pero no espero por ninguna voz y continúo, con más líneas de su novela, que prácticamente sabía de memoria:
Junior, el hijo de color de Geraldine, deseaba intensamente jugar con los niños negros. Un día en que se había aburrido más que de costumbre vio a una niña muy negra que para atajar camino atravesaba el campo.
—¡Jey! ¿Qué haces paseando por mi jardín? —dijo Junior —. Nadie puede atravesar este jardín sin mi permiso.
—No es tu jardín. Es el campo de la escuela, pero comenzó a alejarse.
—Espera. Tú puedes jugar si quieres —. Oye, ¿quieres ver una cosa?
—No. ¿Qué es?
—Ven a mi casa.
Caminaron. Junior abrió la puerta de la casa y la sostuvo abierta con una sonrisa alentadora. Pecola subió los escalones y titubeo, asustada. Pecola cruzo la puerta. Él la condujo a otra habitación. Pecola admiraba absorta las flores, cuando Junior grito: — ¡Aquí esta tu gato! y le tiro un corpulento gato negro directamente a la cara. El gato le araño la cara y el pecho a Pecola que se toco los arañazos y noto que le llegaban las lágrimas.
Junior atrapo al gato por una de las patas traseras y lo lanzó contra la ventana.
De repente entro Geraldine. Miro a Pecola. Había visto a esa niña toda su vida. Donde ella —Pecola— vivía no crecía la hierba. Morían las flores. Donde ella vivía proliferaban las latas vacías y los neumáticos viejos. «Vete», dijo Geraldine, y agrego «Perversa zorrita negra». Y Junior agrego: « Mira eso mamá, nos ha matado al gato»
Toni respiro profundamente, se preparo internamente para otras palabras de su novela, las que pensaban dejarían testimonio de lo que significaba la discriminación racial en la época que le toco vivir, allá en el otro mundo, hasta el año dos mil diez y nueve; después de unos minutos de calma íntima, comenzó otra aseveración: «quisiera al final de este día, hablar de las viejas negras —que ahora llaman afro-americanas —, de Cholly —el padre de Pecola — y de Church —el hombre con magia y poderes —. Recuerdo muy claro cuando escribí:
Pero hubo un tiempo en que habían sido jóvenes, sus ojos habían sido furtivos, y la delicada posición de sus cabezas sobre aquellos esbeltos cuellos negros no podía compararse a otra cosa que a la de una gacela. Las mujeres blancas decían: «Haz esto.» Los niños blancos decían: «Dame eso.» Los hombres blancos decían: «Acuéstate aquí».
«Recuerdo a Cholly, escuchándolas y a la vez muriéndose de sueño. Los relatos lo aturdían. Muchos días después se encontró en el entierro de su tía Jimmy con su prima Darlene y le dijo: ’Ven conmigo, iremos solo al barranco’. Llegaron allí y Darlene se sentó con sus manos en las rodillas, sobre las cuales reposaba su cabeza. Cholly distinguió claramente sus bragas y una porción de sus jóvenes muslos», dijo Toni, y continuo hablando de las canalladas forzadas de Cholly.
«Él intento anudarle una cinta. Ella introdujo las manos por debajo de su camisa abierta. Él sonrió y continúo rehaciendo el lazo. Ella le toco la espalda. Él le dijo estate quieta. Ella le cosquilleaba ahora las costillas. En un instante estuvieron uno encima del otro. Cholly investigaba el escote del vestido de Darlene, y después por debajo de la falda. Él la examino con los dedos y Darlene le beso la cara y la boca. En el preciso momento en que sentían como la amenaza de una explosión» —contó Toni —. Darlene, se inmovilizo y soltó un grito porque dos hombres blancos se encontraban de pie detrás de Cholly y uno de ellos dijo:
—Sigue con eso negrito, he dicho que sigas adelante hasta el final. Y hazlo bien, negrito, hazlo bien.
Cholly comenzó a simular lo que antes habían hecho. No podía hacer otra cosa que fingir. Una linterna dibujaba una luna en su trasero. Cholly oyó cuando otra vez el blanco decía:
—Vamos ya, negro. Más de prisa. No estás haciendo nada por ella.
Cholly, al tiempo que aceleraba sus movimientos, miro a Darlene y pensaba que la odiaba.
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