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El hilo que tejía el tiempo


Amaranta no dejaba de jugar con esas cosas del tiempo y desde allí les desea unas

Felices Navidades


En la penumbra de la vieja casa de Macondo, Amaranta tejía. Sus manos, acostumbradas al roce del hilo, danzaban con una precisión que parecía dictada por el destino mismo. El telar, que crecía y menguaba según los caprichos de su voluntad, guardaba secretos que ni siquiera Úrsula, con su intuición legendaria, podía descifrar.


“Deberías dejar de jugar con esas cosas del tiempo”, le decía Úrsula mientras removía una olla que bullía con olores de guiso y misterio. “No todo puede rehacerse. Lo que ya pasó, pasó”.

Pero Amaranta no respondía. Sabía, aunque no lo decía, que cada puntada en su tejido no solo reparaba la tela rota de su vida, sino que también entrelazaba los hilos sueltos del pasado y el futuro de la familia Buendía.


En un rincón del patio, Aureliano observaba con los ojos brillando de curiosidad. El joven, que había heredado de su abuelo el alma de alquimista, sentía que había algo en el trabajo de Amaranta que no era de este mundo. Una noche, mientras todos dormían, se acercó al telar y descubrió algo asombroso: las formas que Amaranta tejía eran mapas, pero no de territorios, sino de recuerdos. Allí estaban las risas de Remedios la Bella, las lágrimas de José Arcadio Buendía, e incluso los silencios de su propio destino.


“¿Qué es esto, Amaranta?”, preguntó una mañana, incapaz de contener su asombro.

Ella lo miró con una mezcla de ternura y resignación. “Es todo lo que no supimos decir. Todo lo que aún no entendemos”.

Úrsula, que escuchaba desde la cocina, se detuvo. Sintió un estremecimiento que no venía del presente, sino de un tiempo lejano, de aquel instante en que José Arcadio clavó la lanza en la tierra y fundó el caos llamado Macondo.


“¿Y qué harás cuando termines ese tejido?”, preguntó Aureliano, sabiendo que la respuesta cambiaría todo.

“Quemarlo”, respondió Amaranta, mientras una sombra de tristeza cruzaba su rostro. “Solo así podrá el tiempo volver a andar”.


Y mientras los días seguían rodando en su eterno círculo, Amaranta tejía, Úrsula cuidaba, y Aureliano soñaba con desentrañar el misterio. Porque en Macondo, el tiempo no era una línea recta, sino un hilo interminable, condenado a repetirse hasta que alguien, finalmente, tuviera el valor de cortarlo.

 

 
 
 

2 comentarios


Que delicia de escrito. Muchas felicidades, una vez más te leo y me encanta lo que haces.


Saludos.


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Gracias Silvia por tu amable comentario. Me entusiasma mucho para seguir escribiendo. Feliz 2025

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