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El enemigo de mi enemigo

Actualizado: 10 dic 2024

Las luces del Congreso parpadeaban con un brillo casi agresivo mientras Irene Iglesias entraba en la sala de reuniones. Frente a ella, Gabriel Barrios jugueteaba con un bolígrafo, dejando caer la tapa una y otra vez sobre la mesa.


—No me digas que vienes con otra lista de propuestas imposibles —dijo él sin levantar la vista.

—Y no me digas que vienes con más sarcasmo barato para boicotearlas —respondió ella, lanzándole una mirada de hielo.


La reunión tenía un solo objetivo: trazar una estrategia para las próximas elecciones, en las que el Partido Popular se perfilaba como favorito en las encuestas. Para Irene, era una batalla por evitar retrocesos sociales; para Gabriel, una lucha por frenar la centralización que amenazaba con diluir las autonomías.


Durante horas, el intercambio fue como un duelo de espadas. Irene abogaba por la unidad de la izquierda, por una campaña basada en propuestas sociales robustas que apelasen a la mayoría. Gabriel, en cambio, proponía un enfoque más disruptivo, centrado en evidenciar las contradicciones del PP con golpes mediáticos.


—Tu estrategia es idealista. El votante no quiere teorías, quiere espectáculo —dijo él, reclinándose en su silla.


—Y la tuya es populista. Sin un plan claro, solo serás ruido —replicó ella, golpeando la mesa con el índice.


El punto de inflexión llegó cuando una noticia interrumpió la reunión: el líder del PP acababa de anunciar un programa de gobierno que incluía modificaciones sociales y una recentralización del poder autonómico. Irene y Gabriel, acostumbrados a sus constantes roces, intercambiaron una mirada cargada de entendimiento. Por primera vez, se dieron cuenta de que su pelea interna era insignificante comparada con el desafío común.


—Vale, Iglesias ¿qué propones? —dijo Gabriel, dejando de lado su actitud provocadora.


—Un frente común. Aunque no estemos de acuerdo en todo, podemos enfocarnos en lo esencial: evitar que el PP destroce nuestros avances de izquierda.


Durante los días siguientes, trabajaron codo a codo, negociando una estrategia que combinara lo mejor de ambos mundos: Irene lideró un discurso basado en derechos y progreso, mientras Gabriel se encargó de las respuestas rápidas y contundentes que desgastaban al adversario en los debates mediáticos.


Sin embargo, la alianza era frágil. Sus visiones del futuro seguían siendo demasiado distintas, y la desconfianza latente hacía que cada paso fuera una batalla. Pero ambos sabían que, por ahora, lo único que importaba era resistir al enemigo común. Más allá de eso, todo estaba en el aire.


Cuando la campaña terminó y el PP no logró la mayoría absoluta, Irene y Gabriel se encontraron una última vez.


—¿Sabes? Pensé que trabajar contigo sería peor —dijo Gabriel con una media sonrisa.


—Lo mismo digo. Pero no te acostumbres —respondió Irene, recogiendo sus innumerables papeles.


Y así, con un entendimiento tan efímero como tenso, cada uno volvió a su trinchera, sabiendo que la próxima batalla, probablemente, los enfrentaría de nuevo. Ambos lamentaban la obtencion de la presidencia del gobierno por parte del PP con el apoyo incondicional del partido VOX.


Nota: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

 
 
 

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