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Color de la sombra

Actualizado: 16 dic 2021

Cuando usted escucha que la llamada revolución del 18 de Octubre de 1945, no vino proveniente de un golpe de estado, se debe asombrar. Tres circunstancias aplican a este caso, la primera que es muy joven y solo ha leído u oído las cosas narradas por lo que ganaron el poder de esa forma, la segunda es que participó antes o durante el proceso y la tercera que es simplemente un ignorante de la historia. Esto lo oía, Frenando Bellasartes, cuando un tertuliano hablaba en una conferencia de arte en la Biblioteca de la Ciudad Universitaria. En un salón, donde el mural de Alirio Oramas resplandecía en la pared.


Veamos, continuó el tertuliano, Medina Angarita estaba en el poder, era un militar y llegó a presidente mediante el uso de las costumbres estiradas de la época. Una vez más un militar sucesor del anterior. Más militarismo. Digamos no fue electo en unas elecciones abiertas a todo el pueblo. ¿Injusto esto?. Por supuesto. ¿Por qué? Cualquier elección presidencial debe ser libre y abierta a todos los ciudadanos de una nación. Y es importante que los ciudadanos cultiven el voto afirmativo. Pero, de que hubo un golpe, en aquella ocasión, en Octubre del 1945, no hay duda.


Pero los golpes habían continuado sucediendo, algunos no solo eran golpe de estado sino también otro tipo de golpe. A las instituciones. Entre ellos el desprecio por la Ciudad Universitaria y sus profesores, en especial a los hombres buenos, como diría el novelista español Arturo Pérez-Reverte. ¡Cosas eternas han pasado desde muchos años atrás!. Últimamente, eran los acosos persistentes para eliminar su autonomía. Fernando Bellasartes, ya recuperado del golpe recibido en la cabeza, debido a la falta de mantenimiento de los techos de Villanueva, continuaba empedernido trabajando por la invaluable Ciudad Universitaria. Convocó una reunión en el Aula Magna que llamó “El rescate de los platillos voladores de Calder”. Quería que los asistentes, los contaran con sus propios ojos y que detectaran que eran 36. Quería que los asistentes giraran sus cabezas al techo. Que miraran hacia arriba. Que pensaran con altura. «¿Qué pasaría si algún platillo volador desapareciera?», se preguntó. La respuesta fue evidente. Eso sería una muestra más del desprecio y acorralamiento hacia la Ciudad Universitaria. ¡Había que defenderla! Fernando era un luchador tenaz. Pensaba que los políticos deberían decir en público lo mismo que afirman en privado. Que deberían retratar el riguroso espejo de los hechos. Quería ver desaparecer el color de la sombra.


Nota: Los he llamado “platillo volador de Calder”, en este relato: “Color de la sombra”.

Regularmente son llamados “las nubes de Calder”. Calder fue un precursor de la escultura cinética y escultor estadounidense. Nace en Lawton, Pensilvania el 22 de julio de 1898. Tras un legado de abuelos y padres escultores, decide estudiar ingeniería mecánica. Posteriormente, en 1923, asiste a una escuela de arte en Los Ángeles, California.

 
 
 

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