Estrategia sin rumbo
- Luis José Mata
- 15 feb
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 26 feb
Washington hervía en rumores, pero en el despacho de Marco Blonde solo reinaba el silencio. En la pantalla de su teléfono, las noticias repetían lo mismo una y otra vez: Richard Green había fallado.
Las dos primeras veces, el enviado especial había vuelto con pequeños triunfos. Nadie sabía exactamente qué había negociado con Nick Ripe, pero el resultado era evidente: grietas en la estructura del régimen, deserciones silenciosas, el dinero moviéndose en direcciones inusuales. Pero la tercera vez, el dictador lo había recibido con una sonrisa de piedra y lo había dejado ir con las manos vacías..
Donald Drump no toleraba fracasos. No después de haber prometido que Nick Ripe caería antes de sus primeros cien días en el poder. Y cuando Richard Green volvió sin nada, el presidente miró alrededor de la mesa, fijó sus ojos en Blonde y le dijo con tono imperial:
—Marco Blonde , ahora es tu turno.
Blonde entendió el mensaje. Richard Green había jugado a la diplomacia. Ahora le tocaba a él usar otro método. Directo, sin rodeos.
Pero, ¿qué significaba eso exactamente?
Blonde no tenía un ejército. No podía ordenar invasiones ni apretar gatillos. Lo suyo era la presión en la sombra, las llamadas a ciertos generales, los cortes invisibles en las arterias financieras del regimen, la guerra psicológica en los círculos de poder. Lo intentó todo. Conspiraciones internas, promesas de inmunidad, rumores envenenados que hacían desconfiar a los aliados de Ripe. La presión creció, sí, pero el hombre seguía ahí, atrincherado en su palacio de locuras, sonriendo en televisión con su torpe arrogancia.
El reloj avanzaba.
Setenta días.
Ochenta días.
Noventa.
Los cien días se acercaban y el resultado seguía siendo el mismo: Nick Rise en el poder.
Blonde se despertó aquella mañana con un presentimiento. Algo en el aire, en el silencio antes de una tormenta. Revisó su teléfono y allí estaba el mensaje, en esa red social que había cambiado de nombre tantas veces que ya daba igual.
Drump, con su tono de siempre:
“Pequeño Blonde está despedido. Ineficiente. Ya vendrá alguien con la fortaleza necesaria para terminar esto.”
La pantalla brillaba como un epitafio. Blonde la apagó con calma y se quedó mirando por la ventana.
Allá, en la ciudad insaciables, Nick Ripe encendía un puro. Y Drump ya estaba pensando en su siguiente jugada. Una que fuera en su total beneficio, aunque perturbara la futura democracia en Venipedia.
Siempre había una.
Nota del narrador omnipresente: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia .
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