El albor de enero

Cualquier coincidencia con la realidad es pura magia.

La madrugada del 20 de enero de 2025 trajo un cielo teñido de un azul profundo, presagio de lo inesperado. En la gran plaza de la capital, Patricio Urrutia se ajustaba el broche de su capa ceremonial, un gesto antiguo que resonaba con modernidad en su determinación. A su lado, Karla Machado, de mirada aguda y voz firme, repasaba las palabras que pronto marcarían un nuevo capítulo histórico.

Habían llegado a este momento a través de un camino sinuoso, lleno de intrigas políticas, alianzas improbables y una resistencia tenaz contra quienes creían que el cambio  era imposible. Unidos, representaban una dualidad de fuerza y estrategia, el pasado y el futuro, entrelazados para guiar a un pueblo cansado pero esperanzado.

La plaza se llenó con miles de voces que coreaban sus nombres, pero no fue hasta que el reloj marcó las ocho de la mañana que el bullicio cedió a un silencio expectante. Patricio levantó la mano y habló con la voz de quien sabe que cada palabra importa, dijo:

—Hoy, inauguramos una nueva era. No para nosotros, sino para ustedes.

Karla continuó, con su tono sereno pero firme:

—El poder nunca nos ha pertenecido; siempre ha debido ser de ustedes —del  pueblo—, nosotros solo somos sus guardianes.

Con esas palabras, la bandera fue izada. Los colores vibraban en el aire fresco como un símbolo de lo que estaba por venir. La promesa no era perfecta, pero era genuina.

En las sombras, los ecos del pasado observaban con recelo, conscientes de que la batalla por el poder no termina con una toma simbólica, sino con la constancia de honrar las promesas hechas.

Al amanecer, del día siguiente, mientras los faroles seguían iluminando la ciudad y las calles continuaban llenas de celebraciones, Patricio y Karla, desde el balcón del palacio del sueño, contemplaban el horizonte. Ellos intuían que el verdadero desafío estaba amaneciendo.