De unas cuantas líneas sueltas a una novela

Hace cuatro años se me ocurrió comenzar a escribir una novela. Era mi primer intento. Después de transcurridos unos meses tenía unas cuantas líneas ¡Sí, líneas sueltas! Las leí un par de veces y pensé que no estaban mal. Entonces, me pregunté ¿Cómo podría publicar esa novela? La verdad es que no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Con eso en la mente, la dejé reposar sobre mi escritorio.

Por esas cosas buenas que pasan en la vida, un día del cual no recuerdo exactamente la hora, había quedado en encontrarme con mi esposa en un parque; allí estaba ella conversando con Clara Alarcón. Se me ocurrió interrumpirlas y le pregunté a Clara: ¿Sabes cómo se puede publicar una novela? Ella, me respondió con otra pregunta: ¿Ya está editada? Eso me agarró de sorpresa y le contesté rápidamente: ¡No!, ¿qué tengo que hacer para editarla? Ella, casi sin pensarlo, me dijo: si quieres, envíame un archivo, lo reviso y te hago algunas sugerencias; por supuesto, al final tú decides qué aceptas y qué no. Me alegré mucho y pensé que estaba haciendo progresos en mi aventura de escribir.

Al día siguiente, le envié el archivo de marras. A los pocos días, recibí de vuelta un manuscrito con comentarios escritos sobre los márgenes de las páginas perfectamente pincelados con sugerencias y detalles precisos. Por supuesto, señalando cada línea a revisar y el sitio exacto donde debía hacer las correcciones. Increíble la virtud de Clara para hacer buenas y rápidas recomendaciones y ediciones. Seguí las instrucciones de mi editora, Clara Alarcón. ¡Sí! Ya no solo eran líneas sueltas, ahora tenía entre mis manos una novela con estructura. Y por lo tanto, la oportunidad de publicarla.

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