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El arte silencioso de narrar

Prólogo

Existen relatos que no deben ser contados, no por temor, sino porque pertenecen a un lugar donde el lenguaje comienza a desdibujarse. En estas versiones —poética, gótica, filosófica, irónica y enigmática—, el lector recorre junto a Patricio y Karla una biblioteca que nunca aparece dos veces igual. Cada interpretación revela una forma distinta de enfrentarse al misterio: escribir, leer, callar, recordar o simplemente escuchar. Estas no son versiones de una misma historia, sino espejos donde el silencio se atreve a escribir su nombre.


Una versión poética — Los cuidadores del silencio


Patricio cruzaba una ciudad sin relojes, donde el tiempo dormía bajo los adoquines. Llevaba en las manos un libro que latía: ‘Narraciones Silenciosas’, hecho de páginas que susurraban sin palabras. Frente a una biblioteca cerrada como un párpado antiguo, un niño emergió del aire inmóvil.


—¿Buscas historias? —susurró como el viento en los estantes vacíos.


Le ofreció otro libro, envuelto en polvo y asombro: ‘Narraciones Ocultas’. Entraron. El silencio no era ausencia: era lenguaje detenido. Al fondo, una puerta reconocía una llave que nadie recordaba haber soñado. Dentro: una pluma, una carta con su nombre, y el temblor del papel viejo. “Has llegado. Es tu turno de escribir lo que no debe ser contado.” La tinta era roja. El papel, cansado. Patricio olvidó cómo llegó. No sabía si alguna vez se iría. El silencio le prestó su aliento. Años después, Karla encontró una carta sin fecha en un libro sin título. 


“Si llegas a este lugar, es porque estás destinada a leer lo que nadie quiere recordar.”


Ella entró, descalza, a la sala donde las historias esperan ser reconocidas. Leyó. No escribió. Y el silencio —por primera vez— cantó.


Una versión gotíca — Los herederos del umbral


Patricio vagaba por una ciudad sin relojes, donde los muros tenían grietas que parecían bocas cerradas. Llevaba ‘Narraciones Silenciosas’, un tomo prohibido que olía a encierro y ceniza. Ante la biblioteca, clausurada con cadenas oxidadas, surgió un niño de ojos vacíos.


—¿Buscas historias? —dijo con voz de eco antiguo.


Le entregó ‘Narraciones Ocultas’, encuadernado en piel agrietada. Entraron. El aire dentro olía a cera derretida y sombra. Una puerta al fondo respiraba como si tuviera hambre. Ninguna cerradura. Solo la sensación de que debía abrirse. Lo hizo. En la penumbra: una pluma de cuervo, una carta amarillenta, y estanterías con libros que murmuraban en sueños.“ Has llegado. Es tu turno de escribir lo que no debe ser contado.” La tinta era sangre. El papel, casi en ruinas. Patricio no recordó jamás su llegada. Tal vez nunca existió fuera de esas paredes. Muchos inviernos después, Karla halló un libro con un nudo de hilo rojo. La carta dentro decía: 


“Si llegas a este lugar, es porque estás destinada a leer lo que nadie quiere recordar.”


Descendió a la sala sin ventanas. Los libros temblaban. La tinta seguía fresca. Ella no escribió. Solo leyó. Y el silencio empezó a crujir, como una tumba que se abre desde dentro.


Una versión filosófica – Los custodios del olvido


Patricio cruzaba una ciudad sin relojes, donde el tiempo no era un flujo sino una pregunta. En sus manos, ‘Narraciones Silenciosas’, un libro que no debía existir porque lo real no admite aquello que carece de testigos. Ante una biblioteca cerrada, símbolo del saber clausurado, un niño apareció sin causa.


—¿Buscas historias? —preguntó, como quien señala una paradoja.


Le entregó ‘Narraciones Ocultas’, y juntos atravesaron la frontera del silencio. Lo inexpresable los rodeaba. Una puerta esperaba sin cerradura: símbolo de la verdad sin acceso. Dentro: una pluma, una carta dirigida a Patricio. “Has llegado. Es tu turno de escribir lo que no debe ser contado.” La tinta era tiempo. El papel, memoria desgastada. Patricio no sabía si había llegado, o si siempre había estado allí. ¿Cómo salir de un lugar que no tiene afuera? Décadas después, Karla encontró una carta dentro de un libro sin título. 


“Si llegas a este lugar, es porque estás destinada a leer lo que nadie quiere recordar.”


Leyó. Y al hacerlo, comprendió:  El silencio no es ausencia. Es forma.  Es lo que queda cuando el lenguaje fracasa. Y entonces, como quien escucha por dentro, Karla oyó el murmullo de lo que no puede ser dicho.

 

Una versión irónica – Los últimos bibliotecarios


 Patricio caminaba por una ciudad sin relojes. (Al parecer, alguien había vendido todos para financiar una aplicación de lectura silenciosa). En la mochila, un libro que no debía existir: ‘Narraciones Silenciosas’. Según la contraportada, era “ilegible y adictivo”.Frente a la biblioteca cerrada —cerrada por reforma desde 1983—, un niño apareció como salido de un mal guión.


—¿Buscas historias? —dijo, con una voz de tráiler de película.


Le entregó ‘Narraciones Ocultas’. Entraron. El silencio ahí no era místico: era, la conexión inalámbrica caída. Al fondo, una puerta sin manija se abrió sola, como en los vídeos virales. Dentro: una pluma (que no era stylus), una carta (sin emojis), y libros con olor a “demasiado tarde”. “Has llegado. Es tu turno de escribir lo que no debe ser contado.” (Con letra cursiva. qué dramático). La tinta era roja. Muy roja. Sospechosamente como kétchup. Patricio no recordaba nada. Lo más probable es que hubiera aceptado algún reto absurdo en una red social. Años después, Karla —influencer de lo arcano— encontró una carta firmada por Patricio: 


“Si llegas a este lugar, es porque estás destinada a leer lo que nadie quiere recordar.


O porque el navegador te falló.” Ella leyó. No escribió. Y el silencio, como buen algoritmo, empezó a susurrar… con subtítulos.


Una versión enigmática – Los vigilantes del silencio


 Patricio caminaba por una ciudad sin relojes. Llevaba ‘Narraciones Silenciosas’, un libro que no debía existir. Frente a la biblioteca cerrada, un niño apareció. Nadie supo nunca de dónde.


—¿Buscas historias? —dijo.


Le entregó ‘Narraciones Ocultas’. Entraron. El silencio parecía observarlos. Al fondo, una puerta encajaba con la llave que nadie tenía. Dentro: libros, una pluma, y una carta con su nombre.  “Has llegado. Es tu turno de escribir lo que no debe ser contado.” La tinta era roja. El papel, gastado. Patricio no recordaba cómo había llegado allí. Ni si alguna vez saldría. Años después, Karla encontró una carta dentro de un libro sin título, firmado por alguien llamado Patricio. 


Decía: “Si llegas a este lugar, es porque estás destinada a leer lo que nadie quiere recordar.”


Ella recorrió las ruinas de la biblioteca, halló la sala con los libros apilados y la tinta roja. No escribió.


Solo leyó. Una historia hablaba de un niño con libros a la espalda. Otra, de una ciudad donde las puertas solo abrían con nombres olvidados . Karla comprendió que todo estaba escrito para alguien como ella. Y entonces —por primera vez— se oyó un leve susurro en la sala: el silencio comenzaba a hablar.

 
 
 

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